Nos situamos en Europa hace 40.000 años, en un valle del sur
de Europa en el período Pleistoceno y en plena glaciación de Würm. Dos grupos
de homínidos tienen un encuentro fortuito y se observan entre el desconcierto y
la cautela. No es habitual para ninguno de los dos grupos ver a otros, siempre
viviendo entre la desconfianza y la curiosidad, pero ahora tienen, cada uno
frente a sí, a un conjunto de seres muy diferentes. Para el grupo más fuerte,
pero de menor talla, el otro grupo le parece extraordinariamente raro, parecen
seres débiles, como enfermos, llenos de colgantes y pinturas. Para el grupo de
sapiens, los neandertales les parecen hoscos, fuertes y mucho más salvajes.
Unos (los neandertales) descienden de un homínido que habitó
Europa hace un millón de años, el Homo Heildebergensis. Otros (los sapiens) son
originarios de África y surgieron como especie en un período mucho más reciente
(unos cien mil años). Su parecido, no obstante, es asombroso comparándolos con
el resto de las criaturas a las que catalogan de presas o depredadores. ¿Son
ellos potencialmente dañinos uno para el otro? Los neandertales son mucho menos
temerosos, pero los sapiens son enormemente curiosos. Vamos a definir
características de cada uno de los grupos:
Neandertales: Los arcos supraorbitarios tan marcados, la
ausencia de mentón y la frente huidiza les dan un aspecto feroz, unido a una
constitución de menor talla, pero mucho más corpulenta y fornida. ¿Se
dirigieron a los sapiens mediante un lenguaje articulado? Es difícil saberlo,
pero en el Sidrón (yacimiento localizado en España, de 43 000 años de
antigüedad), se ha podido encontrar el gen FoxP2, relacionado con la
posibilidad del habla en muestras localizadas de neandertales. Asimismo, el
hioides estaba lo suficientemente desarrollado y posicionado como para la
emisión de fonemas discretos con capacidad simbólica. También se ha encontrado
el gen MCR1, de la pigmentación, que indicaría color del pelo rubio y
pelirrojo.
Sapiens: Sus caras tenían un aspecto mucho más distinguible
para nosotros, ya que es nuestra cara. Su talla y su fuerza, aun siendo mucho
mayor que la que tenemos ahora, era, sin embargo, menor que la de los otros
homínidos. Tenían un lenguaje estructurado y poseían armas de largo alcance, frente
a las lanzas que usaban los neandertales en una caza, casi cuerpo a cuerpo. La
piel era negra (pigmentación original de África) y estaba cubierta de pieles,
pintada y llena de abalorios.
Estaban frente a frente, un equipo de rugby, fuertes,
pelirrojos y aguerridos y un equipo de fondistas, negros y huidizos.
Podríamos preguntarnos qué hizo que una especie (la nuestra)
sobreviviera y la otra no. Es difícil saberlo con seguridad, pero seguro que
tuvo mucho que ver la diferente forma de interpretar la realidad de uno y otro
cerebro. El cerebro del neandertal era de igual tamaño, sino mayor, que la del
sapiens. Eran cazadores y recolectores, enterraban a sus muertos y cuidaban de
sus heridos. Sin embargo, sus sistemas de caza y las herramientas utilizadas
evidenciaban un tipo de caza al acecho, saltando sobre el animal y utilizando
las lanzas en un cuerpo a cuerpo que les costaba un alto precio de heridas y
fracturas.
Nuestra especie era más curiosa, más creativa, manejaba
mejor la anticipación, sus útiles de caza eran más sofisticados e incluían
lanzaderas que, junto a sistemas de aproximación más elaborados, les permitían
matar a distancia animales mayores.
Ahora hay antropólogos y neurocientíficos que asocian la
diferencia evolutiva entre ambas especies a la alimentación. Resulta que
nuestra especie siempre ha seguido los cursos de agua, lo que ha permitido que
las hembras comieran pescado y marisco de forma muy frecuente, particularmente,
cuando estaban preñadas, lo que le daba una fuente rica en un ácido graso al
cerebro, en formación, del feto. Ese ácido graso típico de los animales marinos
es el DHA (docosahexaenoico). Los ácidos grasos omega-3 son esenciales para la
vista, ya que el DHA forma parte de los fotorreceptores de los conos y bastones.
Estas estructuras de la membrana, asociadas a la rodopsina, participan en la
conversión del estímulo luminoso en eléctrico y en los procesos de transducción
de señales que acompañan a este fenómeno. Un ejemplo concreto de que el ácido
graso omega-3, DHA, es necesario para el desarrollo cerebral, se determinó in
vitro, al observar que este ácido graso permite el crecimiento de las neuritas
de neuronas de la región cerebral denominada hipocampo, área importantísima en
nuestra cognición, de hecho, el cerebro contiene una alta concentración de
estos ácidos, que corresponde a alrededor del 20% de su peso seco (en el SNC
uno de cada tres ácidos grasos es poliinsaturado).
Con esta entrada abro la puerta de la curiosidad hacia este ácido
graso del que hablaré largo y tendido en las siguientes entradas, dada su
importancia en el tema que nos ocupa, las enfermedades mentales.
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