lunes, 6 de febrero de 2012

Sorprendente DHA (1ª parte)


Nos situamos en Europa hace 40.000 años, en un valle del sur de Europa en el período Pleistoceno y en plena glaciación de Würm. Dos grupos de homínidos tienen un encuentro fortuito y se observan entre el desconcierto y la cautela. No es habitual para ninguno de los dos grupos ver a otros, siempre viviendo entre la desconfianza y la curiosidad, pero ahora tienen, cada uno frente a sí, a un conjunto de seres muy diferentes. Para el grupo más fuerte, pero de menor talla, el otro grupo le parece extraordinariamente raro, parecen seres débiles, como enfermos, llenos de colgantes y pinturas. Para el grupo de sapiens, los neandertales les parecen hoscos, fuertes y mucho más salvajes.


Unos (los neandertales) descienden de un homínido que habitó Europa hace un millón de años, el Homo Heildebergensis. Otros (los sapiens) son originarios de África y surgieron como especie en un período mucho más reciente (unos cien mil años). Su parecido, no obstante, es asombroso comparándolos con el resto de las criaturas a las que catalogan de presas o depredadores. ¿Son ellos potencialmente dañinos uno para el otro? Los neandertales son mucho menos temerosos, pero los sapiens son enormemente curiosos. Vamos a definir características de cada uno de los grupos:

Neandertales: Los arcos supraorbitarios tan marcados, la ausencia de mentón y la frente huidiza les dan un aspecto feroz, unido a una constitución de menor talla, pero mucho más corpulenta y fornida. ¿Se dirigieron a los sapiens mediante un lenguaje articulado? Es difícil saberlo, pero en el Sidrón (yacimiento localizado en España, de 43 000 años de antigüedad), se ha podido encontrar el gen FoxP2, relacionado con la posibilidad del habla en muestras localizadas de neandertales. Asimismo, el hioides estaba lo suficientemente desarrollado y posicionado como para la emisión de fonemas discretos con capacidad simbólica. También se ha encontrado el gen MCR1, de la pigmentación, que indicaría color del pelo rubio y pelirrojo.


Sapiens: Sus caras tenían un aspecto mucho más distinguible para nosotros, ya que es nuestra cara. Su talla y su fuerza, aun siendo mucho mayor que la que tenemos ahora, era, sin embargo, menor que la de los otros homínidos. Tenían un lenguaje estructurado y poseían armas de largo alcance, frente a las lanzas que usaban los neandertales en una caza, casi cuerpo a cuerpo. La piel era negra (pigmentación original de África) y estaba cubierta de pieles, pintada y llena de abalorios.

Estaban frente a frente, un equipo de rugby, fuertes, pelirrojos y aguerridos y un equipo de fondistas, negros y huidizos.

Podríamos preguntarnos qué hizo que una especie (la nuestra) sobreviviera y la otra no. Es difícil saberlo con seguridad, pero seguro que tuvo mucho que ver la diferente forma de interpretar la realidad de uno y otro cerebro. El cerebro del neandertal era de igual tamaño, sino mayor, que la del sapiens. Eran cazadores y recolectores, enterraban a sus muertos y cuidaban de sus heridos. Sin embargo, sus sistemas de caza y las herramientas utilizadas evidenciaban un tipo de caza al acecho, saltando sobre el animal y utilizando las lanzas en un cuerpo a cuerpo que les costaba un alto precio de heridas y fracturas.

Nuestra especie era más curiosa, más creativa, manejaba mejor la anticipación, sus útiles de caza eran más sofisticados e incluían lanzaderas que, junto a sistemas de aproximación más elaborados, les permitían matar a distancia animales mayores.

Ahora hay antropólogos y neurocientíficos que asocian la diferencia evolutiva entre ambas especies a la alimentación. Resulta que nuestra especie siempre ha seguido los cursos de agua, lo que ha permitido que las hembras comieran pescado y marisco de forma muy frecuente, particularmente, cuando estaban preñadas, lo que le daba una fuente rica en un ácido graso al cerebro, en formación, del feto. Ese ácido graso típico de los animales marinos es el DHA (docosahexaenoico). Los ácidos grasos omega-3 son esenciales para la vista, ya que el DHA forma parte de los fotorreceptores de los conos y bastones. Estas estructuras de la membrana, asociadas a la rodopsina, participan en la conversión del estímulo luminoso en eléctrico y en los procesos de transducción de señales que acompañan a este fenómeno. Un ejemplo concreto de que el ácido graso omega-3, DHA, es necesario para el desarrollo cerebral, se determinó in vitro, al observar que este ácido graso permite el crecimiento de las neuritas de neuronas de la región cerebral denominada hipocampo, área importantísima en nuestra cognición, de hecho, el cerebro contiene una alta concentración de estos ácidos, que corresponde a alrededor del 20% de su peso seco (en el SNC uno de cada tres ácidos grasos es poliinsaturado).

Con esta entrada abro la puerta de la curiosidad hacia este ácido graso del que hablaré largo y tendido en las siguientes entradas, dada su importancia en el tema que nos ocupa, las enfermedades mentales.

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