Inicialmente, parece que se trata
de una vitamina necesaria para absorber calcio y mantener nuestro esqueleto
(evitando la temida osteoporosis). Sin embargo, el funcionamiento de
lo que en medicina llamamos homeostasis del calcio (algo así como “la
autorregulación del calcio”) es muchísimo más complejo. Todo comienza con la
exposición a la luz ultravioleta del sol, de un derivado del colesterol (el
7-dehidrocolesterol) que hay en las células de la piel. A partir de ahí, se
forma en el hígado la 25-hidroxivitamina D3, que es la forma circulante de la
vitamina D.
Hasta aquí todo parece
razonablemente simple, una sustancia que tenemos en la piel, al darle la luz
del sol, se convierte en una vitamina. ¿Pero que hace esa vitamina que está
circulando en plasma? ¿Que tiene que ver con el metabolismo del calcio?
Pues ocurre que los riñones
convierten la 25-hidroxivitamina D3 en 1,25-dihidroxivitamina D3, que es lo que
se considera la “forma activa” de la vitamina D, es decir, la forma que hace
“algo” ¿Qué?
Los investigadores de varias
universidades norteamericanas descubrieron en el siglo pasado que una hormona
producida por la glándula paratiroides es crítica para el mantenimiento de una
cantidad determinada de la forma “activa” de vitamina D en la sangre; de tal
forma que cuando se necesita calcio, la glándula paratiroides envía la hormona
paratiroides a los riñones, para que inicien la producción de esa forma activa.
Y a su vez, la presencia en plasma de dicha forma activa de vitamina D, implica
que los intestinos transfieran el calcio de los alimentos a la sangre. Por todo
ello, cuando se toma muy poco calcio en la alimentación, o el calcio no se
absorbe suficientemente, tanto la vitamina D como la hormona paratiroidea
inician un proceso por el cual el calcio almacenado se obtiene de los huesos,
lo que genera su descalcificación (osteoporosis).
Todo este complejo proceso podría
resumirse en que hay que tomar calcio, exponerse a la luz solar y tener un
hígado y unos riñones sanos. Pero, sin embargo, nuestros ancianos pierden masa
ósea, se caen, se fracturan los huesos y quedan encamados y discapacitados en
muchas ocasiones en medio de fuertes dolores. ¿Que falla?
Pues bien, hace unos años, unos
investigadores norteamericanos descubrieron que si comparábamos la relación
entre la 25-hidroxivitamina D3 y la 1,25-dihidroxivitamina D3, en ciudadanos
afroamericanos actuales y la comparamos con la de nuestros antepasados, esta
relación está muy alterada. En nuestros ancestros dominaba la forma 25 hidroxi,
mientras que en los afroamericanos actuales domina la 1,25 dihidroxi.
Recordemos que esta es la forma activa, que actúa como una hormona y que
provoca alteraciones en la secreción de paratohormona y en el metabolismo del
calcio. Esto explicaría una mayor propensión a la obesidad y a la hipertensión
en estos ciudadanos afroamericanos, y esto: ¿A que se debe?
Pues parece que precisamente a
una alimentación que proporciona poco calcio absorbible. Pensemos…. Cuando
estábamos en los albores de nuestra evolución, comíamos insectos (cutículas y
calcio), roíamos hueso (calcio), comíamos espinas de pescado (calcio),
hortalizas y plantas ricas en calcio….. Ahora le quitamos las espinas al
pescado, nadie roe huesos, tomamos pocas verduras y sin embargo, tomamos
cereales y alimentos que secuestran calcio y nos contentamos con el hecho de
que tomamos leche ¡Y ya está!.
Hacemos poco ejercicio físico,
ingerimos poco calcio, tenemos mucha forma activa de la vitamina D y….
finalmente, osteoporosis, claro.
Podríamos pensar, por otro lado,
que eso es potestativo de los países fríos o con poca insolación. España está
protegida de esta hipovitaminosis ya que el predominio de la luz solar es
abrumador en casi todas nuestras regiones. Sin embargo, en un reciente estudio
(2005) de la Unidad
de Metabolismo Mineral del Hospital Reina Sofía de Córdoba, un grupo de
investigadores encontró que más de un 80 por ciento de mujeres posmenopáusicas
sanas tenían insuficiencia en vitamina D (menos de 30 ng/ml), mientras un 5 por
ciento tenía deficiencia grave (menos 10 ng/ml), lo que confirmaba la evidencia
creciente de que la elevada prevalencia (el número de casos en que se produce
esta deficiencia) de la insuficiencia en vitamina D en todo el mundo ocurre
también en España, pese a que el estudio se hizo en una ciudad como Córdoba que
por su latitud (37.85º N) y horas de sol al año posibilita la formación de
vitamina D.
¿Y eso que tiene que ver con la depresión?
Pues ocurre que cada vez son más los estudios que vinculan deficiencias subclínicas de vitamina D con estados depresivos. Uno de estos estudios realizado en casi tres mil jóvenes por investigadores de la universidad de Bristol, encuentra una relación entre valores bajos de vitamina D y depresión
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